Para leer el discurso en su versión original, haga clic aquí
Discurso de François Mitterrand, presidente de la República, en la cena ofrecida en honor del rey y la reina de España, sobre las relaciones franco-españolas y la entrada de España a la CEE, Palacio del Elíseo, 8 julio 1985.
Señor,
Al dar la bienvenida a su majestad, también a ustedes, señora y personalidades que os acompañan, podría contentarme con decirle simplemente: “estáis en vuestra casa”. Es cierto que lo esencial está ahí, en el honor que le hace a Francia el que hayáis realizado este viaje de Estado, menos de un mes después de la firma del Tratado de adhesión de España a las Comunidades Europeas « CEE ».
España nunca salió de Europa, por supuesto. Nunca ha dejado de pertenecer a Europa. Pero este vínculo adquiere un valor particular, ustedes lo saben bien. Ella [España] que ha hecho tantas cosas por la grandeza de Europa, por su resplandor, por su belleza, por sus cualidades creativas de todo tipo, ahora España está plenamente en la Europa moderna, en el lugar que debería estar, esa era vuestra opinión y también la mía. Todo esto consagra, en mi opinión, la vuelta a la democracia, a las reglas constitucionales, de las cuales usted es, Señor, el símbolo y el garante. Se ha necesitado toda la inteligencia de un pueblo ansioso por volver a conectarse con su tiempo, también el coraje político de sus líderes para recorrer, en tan poco tiempo, el itinerario que os ha conducido hasta aquí. Les puedo decir que muchos franceses han seguido vuestros esfuerzos con una gran simpatía.
Usted me permitirá hacer alusión a nuestro encuentro en Madrid en junio 1982. Hace tres años. Y hay que decir que todo parecía bien difícil. Nosotros estábamos en el centro de todas las turbulencias de las relaciones de nuestros dos países. Yo me acuerdo que le dije en aquella recepción en el Palacio de la Zarzuela: “Si entre Francia y España hay dificultades y problemas, y hay más que suficientes, discutámoslas”. Y eso es lo que hicimos, paso a paso, nosotros juntos, con el jefe del Gobierno, exploramos las vías de una acción común para despejar las responsabilidades que la historia, a menudo turbada, cargada de pasiones, nos había legado.
Hablemos de un sujeto particularmente delicado. Los autores de crímenes y de atentados injustificables cometidos en vuestro país se imaginaban que podrían beneficiarse en territorio francés de no sé qué impunidad. Y si ellos han podido creer eso en determinadas circunstancias, está claro que yo nunca lo he aceptado y que hoy está demostrado con los actos, que nada les autoriza [un tel calcul]. Es cierto que el derecho de asilo está en nuestra ley, la ley de la República. Y muchos españoles, desde hace décadas, lo han experimentado. Pero ni el terrorismo ni el crimen organizado pueden aprovecharse del derecho.
Así, en junio de 1982, nosotros pudimos hablar de este tema en una conversación muy importante, que no se agotó, no fue así. Y durante mucho tiempo seguirá suscitando la necesidad de un diálogo, de qué hablamos sino es de Europa, de lo que ya he dicho para comenzar, de la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea. Se decía, y todavía se dice, que Francia era quien no quería [la adhesión] y los otros países de la Comunidad de diez tenían tendencia a resguardarse detrás esos argumentos, pues tenían la inmensa ventaja de que les permitía disimular sus propias objeciones. Y por eso decidí, hace tres años, que Francia, después de debatir seriamente, debía ir en esa misma dirección. Entonces aparecieron otros obstáculos que venían de otras partes.
Yo no digo ningún secreto cuando hablo del éxito de estas negociaciones largas, exhaustivas, a veces duras y necesariamente duras, porque los intereses a menudo se oponen – nuestro deber es defender cuando son solo los intereses de nuestros nacionales – en resumen, defendimos estos intereses paso a paso, pero nos animaron la misma voluntad de triunfar. Creo que, en el seno de Europa, esta nueva relación entre España y Francia ha sido decisiva.
Otros podrían decir la parte eminente que rememora a los europeos convencidos como usted, Majestad, y como el presidente del Gobierno español. Al final, nosotros hemos aprobado el tratado firmado solemnemente el 12 de junio en Madrid. El primer ministro, Laurent Fabius, estuvo allí como muestra de la implicación de nuestro país. Finalmente, nos parece razonable el equilibrio de las disposiciones, a las oportunidades de nuestros países. Constituye un paso adelante hacia Europa, una Europa que es más fuerte y mejor equilibrada que antes, gracias a la nueva aportación, a la reconciliación con su identidad histórica y a su capacidad de hacerse escuchar en el mundo, una voz aún más respetada y escuchada.
Por supuesto, podemos pensar que todo no está resuelto. Nosotros hemos creado Europa y la hemos ampliado. Tenemos que ser, hablo para nuestros pueblos, cada vez más europeos. En resumen, adquirir reflejos. Primero el reflejo comunitario, resistir a las tentaciones, a la competencia externa concurrente o bien, cada vez que se presente una dificultad, replegarse sobre sí misma. Otros dirían también que, gracias a su gran extensión, puesto que, después de todo, Europa es inmensa y alberga más habitantes de los que cuentan los dos imperios que hoy ocupan el frente de la escena. Y también hay más riqueza, pudiéndose contar sus valores intelectuales, científicos, artísticos, literarios, al imaginar lo que era y lo que perdura de las civilizaciones de las que hoy somos portadores.
Nosotros esperamos, hay que decirlo, que este viaje nos sea sensible y esperamos que sea un impulso de nuestras relaciones bilaterales. Después de todo, es una nueva España la que descuben Francia y Europa. Un país con una mutación económica, social y moral que se ha acelerado en los últimos diez años. Un país rico en población joven, emprendedora. Hay un gran campo de trabajo para la cooperación. Y la declaración común que estamos a punto de firmar, y que nuestros ministros de exteriores firmarán sin duda mañana, creo, con mi espíritu, que diseña el contorno político, cultural, económico, social, regional y de seguridad que debe residir la relación de nuestros países.
Cada año, ahora, señora y señores, se realizará un encuentro franco-español o hispanofrancés. Una “cumbre”, como se suele decir, como ya lo hemos hecho los franceses con nuestros grandes compañeros europeos. Seminarios ministeriales, grupos de trabajo especializados, entrevistas regulares de los altos responsables militares y civiles completarán el dispositivo de consultas. Sobre el plano industrial, algunas posibilidades se nos ofrecen. Pienso en el sector de la alta tecnología al que Europa ha decidido dar prioridad particular al lanzar el proyecto Eureka. Lo que ya se ha realizado de manera bilateral en materia informática o de material militar nos muestra la vía. Estaremos muy contentos de recibir a los representantes españoles el 17 de julio, cuando será lanzado, en Paris, a la realidad, el proyecto Eureka, un proyecto cuyas causas [prodromes] ya conocéis.
Y les digo ya que España tiene su lugar si el proyecto es de origen francés, ya lo dije en Milán: tan pronto como los países de Europa lo acepten, es de ellos [España]. Serán dueños, propietarios porque no hay derechos de autor en las circunstancias y esperamos que España, si quisiera, y quiere, contribuya plenamente, y la puesta en marcha [del proyecto Eureka] demostrará lo que es un enfoque comunitario.
El interés de nuestros dos estados, la voluntad de los dos gobiernos, el parentesco de nuestros dos pueblos, se podría decir todo lo que nos une, lo sabemos, pienso en la presencia en suelo francés de una comunidad de varios cientos de miles de españoles en Francia. Son gente activa, muy integrada en el tejido social de nuestro país. Eso representa verdaderamente para nosotros una especie de puente natural entre nuestras dos nacionales. Nos entendemos muy bien con los españoles en Francia, sin duda porque nos conocemos mejor. Y debo añadir que la acción voluntaria de nuestros gobiernos pronto se agotaría si no fuera apoyada por el movimiento de las sociedades.
Es necesario que se multipliquen, y sé que hay muchas [personas] alrededor de esta mesa que están trabajando por ello, para que se multipliquen las ocasiones de reunirse entre nuestros industriales y nuestros investigadores, nuestros funcionarios y sobre todo nuestros jóvenes, aun y siempre nuestros jóvenes.
Finalmente, debemos prestar atención al estudio de nuestros respectivos idiomas y el lugar que merece. Un cierto cambio, no en el buen sentido, ha estado sucediendo durante los últimos veinte años.
Por nuestra posición geográfica, nuestros países son los únicos, hay que decirlo, que se abren al mismo tiempo al Mediterráneo y al Atlántico. Por un lado, un mar interior, que nos ofrece una identidad latina y correspondencia con África y con el mundo árabe. Por el otro, el océano de los descubrimientos, la ruta hacia América. Ciertamente, África del norte ocupa un lugar de prioridad en las elecciones de España y en las nuestras. Debemos tener en cuenta las preocupaciones que causan a estos países la ampliación de la Comunidad. En América latina, España juega un rol destacado. Nuestras opiniones, yo creo, y lo hemos hablado ampliamente, son convergentes. En el momento en el que el fantasma del endeudamiento amenaza las democracias renacidas, la razón nos lleva a consultarnos mutuamente y a entendernos antes que iniciar acciones que nos perjudicarían. Juntos somos responsables, todavía durante un tiempo, del futuro de estos continentes tan marcados por vuestra cultura.
Estoy convencido, Señor, de que hemos pasado página sobre la relación entre nuestras dos nacionales. Y eso es lo que celebramos en esta velada, y en la que estoy encantado de contar con las diversas personalidades que están alrededor de esta mesa, venidas de España o de Francia, porque es una jornada importante, una amistad revivida. Europa, es más que nunca el horizonte de nuestros sueños y de nuestros trabajos cotidianos. Es una gran tarea para el final de este siglo y para el que le seguirá. Vamos a pensar juntos en el destino del planeta, vamos a participar mucho en la evolución de la sociedad humana y existiremos juntos en los siglos venideros.
Quería enfatizar esos puntos, hay otros, pero, Señor, es usted quien debe hablar ahora. Para cerrar mi exposición, le digo que ya, en varias ocasiones, en Madrid, en Paris, hemos podido intercambiar nuestras condiciones en encuentros fructíferos, palabras de las que ha nacido la situación actual. Y cuando la conversación no bastaba por teléfono, venían las dificultades de los viajes [venait pouvoir aux difficultés des voyages]. Los ministros se han reunido, los nombres no es necesario citarlos, ellos también querían celebrar esta noche con nosotros esta amistad.
Y usted, señora, cómo no acordarse de vuestra acogida, del encanto de su hogar, del agrado de su familia. En resumen, el placer de estar juntos no es indiferente, aunque se traten otras cosas. Ustedes han aportado a la España contemporánea un elemento que es irremplazable en un momento bisagra entre dos épocas, ustedes han elegido futuro. Señora, vuestra majestad, diremos “viva el futuro” cuando levante la copa para celebrar España y la amistad entre España y Francia. Será para pedir deseos, es la tradición, pero es más que la tradición, pedir deseos para vuestra gente, para vuestra misión, para aquellos a los que amáis, para vosotros. Señoras, señores, nuestros invitados españoles, para vuestro pueblo.
¡Viva España!
¡Viva Francia!