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Europa atraviesa como un hilo conductor la vida y la acción política de François Mitterrand. Durante más de medio siglo, ha vivido todos los episodios, ha conocido todos los actores de ésta.
Algunas fechas revelan la constancia de su compromiso europeo. En 1948 en aquel entonces joven diputado, acude al Congreso de la Haya en el que se encuentran los padres fundadores de la Europa que está por venir. Enseguida se afilia al Movimiento europeo. En 1953, se abstiene de apoyar el proyecto de Comunidad europea de defensa (CED) porque considera que sólo tiene de europeo el nombre. En 1965, candidato de la izquierda a la elección presidencial contra el general De Gaulle, Europa es uno de los puntos claves de su campaña electoral a pesar de las posiciones antieuropeas de sus aliados comunistas. En 1973, siendo primer secretario del Partido socialista impone a sus amigos políticos a quienes juzga como demasiado tibios una línea más a favor de la construcción europea. En 1983, como Presidente de la República, elige mantener Francia en el sistema monetario europeo contra aquellos que preconizan el repliegue nacional y la solución proteccionista. En 1992, pone su autoridad política en juego provocando el referéndum sobre el Tratado de Maastricht sin ninguna obligación.
Existen muchas maneras de ser europeo, la de los idealistas y la de los realistas, la de los políticos y la de los tecnócratas, la de los federalistas y la de los unionistas. La de Mitterrand sólo le pertenece: se distingue por su convicción tenaz y un pragmatismo natural. Se sabe que la convicción sin el pragmatismo lleva generalmente a la impotencia y que el pragmatismo sin la convicción se degenera rápidamente en oportunismo. François Mitterrand por su lado trató de trabajar lo más cerca de las realidades, de reducir la distancia entre lo deseable y lo posible, sin perder de vista la dimensión de sueño que está vinculada con lo que ha llamado “la gran aventura que resultará la obra mayor de nuestra generación”.
La vocación europea
¿De dónde viene la vocación europea de François Mitterrand? Habrá que buscar más en su experiencia vivida de hombre del siglo XX quien ha conocido todos los dolores y los cambios que en su formación intelectual. Sacó de ésta dos lecciones grandes: la primera, Europa debía unirse para sobrevivir; la segunda, el porvenir de Francia se inscribía en esta dinámica.
La necesidad de Europa para crear paz
Para François Mitterrand, Europa no es una mística tampoco una utopía. Es una obra de razón dictada por una necesidad histórica: evitar la repetición de aquel mal absoluto que fueron las dos guerras mundiales. “Nací durante la Primera Guerra Mundial e hice la segunda. He visto lo que era. He visto a dos grandes pueblos, llenos de cultura e historia, destrozarse.” Fue preso en Alemania durante dieciocho meses, logró escaparse la tercera vez tras dos fracasos, descubrió enla Liberación el horror de los campos de exterminio siendo uno de los primeros en entrar en el campo de Lanzberg en mayo de 1945. “Desde 1948, para mí era era evidente reconciliar a estos dos pueblos”. No dejará de rendir homenaje a estos “hombres que rechazaban los enlaces del odio y la fatalidad del declive”, los Adenauer, De Gasperi, Spaak, Schuman, Jean Monnet. No hay que buscar en otra parte las razones de la alianza estratégica establecida por Mitterrand con Helmut Kohl y del hecho de que la pareja franco alemana constituyó el motor irremplazable de la construcción europea en los años 80 y 90.
Para François Mitterrand, la unidad de Europa no es no sólo necesaria sino posible porque la lección que saca de la Historia no es unívoca. Si las naciones europeas nunca dejaron de enfrentarse en conflictos sangrientos, comparten también desde hace siglos una cultura y valores comunes, forjados por una lejana tradición de intercambios. Mitterrand siempre recordaba este patrimonio: las universidades de la Edad Media, la plenitud del Renacimiento, la difusión de las Luces, los movimientos nacionales de liberación, la emancipación de las clases obreras y las doctrines sociales son puntos de referencia comunes que modelaron una manera de ser europeo, distinta del resto del mundo y propia a legitimar la aspiración a juntarse.
La necesidad de Europa para Francia
El amor que tiene Mitterrand hacia Francia y la ambición que tiene por su país cuentan en su compromiso europeo. Considera que el destino de Francia depende estrechamente del éxito de la construcción europea. Escribe en 1968, “Considero como complementarias la independencia de Francia y la construcción de Europa”. Para de Gaulle Europa es una opción, para Mitterrand es una necesidad. Aunque el primero veía « la Europa de las patrias », rechazando una soberanía compartida, el segundo rehúsa esa contradicción y lanza el lema “Francia es nuestra patria, Europa es nuestro porvenir.”
Siendo antiguo y constante, el compromiso europeo de Mitterrand sólo pudo expresarse en los años de poder presidencial. Bajo la Cuarta República, las responsabilidades ministeriales que ejerce no le permiten pesar de manera significativa en la construcción europea. En aquella época, la jerarquía de sus preocupaciones lo lleva más bien hacia los problemas de la Unión Francesa y la descolonización, temas sobre los cuales escribió dos libros y que constituyen, por cierto, un asunto más urgente para los dirigentes de la Cuarta República. En 1954, se abstiene durante el voto sobre la Comunidad europea de Defensa y escribe más tarde que hubiera constituido una “Europa de mariscales” que, frente a la ausencia de poder político europeo hubiera sido gobernada por Washington. Se manifiesta entonces uno de los puntos cardinales del pensamiento europeo de Mitterrand: Francia debe comprometerse únicamente en una Europa plenamente europea y no en una construcción de fachada que sería la cortina de humo de cualquier hegemonía.
Europa como creación política: una arquitectura en movimiento
¿Se podría hablar de una filosofía mitterrandienne de Europa? En el sentido doctrinal del término, no. François Mitterrand ni es un doctrinario ni un ideólogo. No tiene en mente un modelo teórico que sería una guía inalterable para la acción. Conoce bien las contingencias y las obligaciones de la acción política, a fortiori internacional, la parte de imprevistos propia a toda actividad humana, para fiarse a ciegas de las teorías. Europa se construye con ideas, pero sobre todo con los Estados: es un material resistente que no es fácil de malear. Sabe que tardará en someter los antiguos Estado-Naciones que la constituyen a las disciplinas comunes y fundir en un mismo molde sus intereses divergentes. Cree más en los artesanos que en los profetas, en el método más que en la incantación.
Como hombre de acción, Mitterrand le da más importancia al método que a la teoría. Está convencido de que la Europa por construir no responde a ningún modelo preexistente. Está por inventar. Debe inventarse construyéndose, progresando por etapas sin que esté establecida desde el principio, la cuestión de su finalidad. Hay que crear lo irreversible, capitalizar realizaciones concretas que crean solidaridades de hecho y modifican el comportamiento de los actores. Sabe que si empezamos por lo institucional, ponemos énfasis en lo que separa, porque en este caso las visiones de los Estados son de por sí naturalmente discordantes. Lo importante para Mitterrand es ir adelante aunque el punto de llegada sea hipotético. Más vale la dirección de la marcha que la certeza del resultado final. En esto ve la única manera dinámica para reducir las discrepancias estructurales entre ambos países europeos. Cree posible superarlos por el movimiento.
Esto desemboca en un modelo institucional sui generis sin precedente que combina de manera evolutiva unos elementos de un sistema federal implicando una soberanía compartida cuya moneda única es el ejemplo más relevante, y en los ámbitos tales como la diplomacia y la defensa que tienen que ver, a este nivel, con la cooperación intergubernamental. Tal sistema tiene sus desventajas y sus ventajas. Desventaja, sobre todo según los que sueñan con una verdadera constitución europea: su complejidad que la hace difícilmente legible para los ciudadanos. Ventaja: una gran flexibilidad que deja abierta la vía hacia todas las posibilidades y permite hacer avances importantes como pausas cuando surgen de nuevo conflictos de intereses.
Una visión eminentemente política
Más que una teoría, hay que destacar las ideas fuertes que estructuran la visión de Mitterrand. Todas las preguntas que están vinculadas con esta visión: ¿ Cómo Europa puede afirmarse y hacer valer sus intereses propios en el escenario mundial? ¿Cómo ayudar la emergencia de un mundo multipolar y mejor equilibrado? ¿Cómo organizar el continente europeo para asegurar durablemente su estabilidad? ¿Cómo preservar el modelo de sociedad y la identidad de los países que la componen?
Política, su voluntad de inscribir la unificación de Europa dentro del marco de la historia real, la de los equilibrios de poder. La base sobre la cual se fundirá, son los Estados-Naciones que siguen al centro de toda geopolítica europea. La estructura de base de la construcción sigue siendo intergubernamental. Sin embargo, Mitterrand no es hostil al federalismo, lejos de eso. Pero teme que hablar de manera prematura de una meta federalista provoque en Francia una serie de oposiciones y, en el concierto de las naciones una ruptura por parte de los que están radicalmente opuestos al federalismo, en primera fila el Reino Unido. Hay que ir hacia una soberanía cada vez más compartida pero sin sobrepasar etapas, preparando con cautela el terreno para cada logro, como será el caso con la unión monetaria.
Europa política no debe ser entendida como Europa partidaria. La Europa no tiene nada que ver con una ideología. Según él, ella las trasciende todas. Se opone varias veces a sus amigos socialistas sobre este punto.
La dialéctica político-económica
Por lo tanto, sus convicciones de hombre de izquierda no son ausentes de su proyecto europeo. Les da una profunda inspiración. Se deshace radicalmente de las concepciones liberales que ven en Europa sobre todo la construcción de un espacio económico sin barreras, de un mercado sin regulación, ofreciendo a las empresas multinacionales un terreno de maniobra a sus medidas. Para Mitterrand, inspirado por un fondo de la teoría de Keynes es al contrario un campo en lo cual la intervención pública conserva su necesidad y su legitimidad. Está convencido de que Europa debe llevar su piedra en la lucha contra el desempleo, aunque las políticas nacionales sean las primeras responsabilidades.
En 1981, provoca la estupefacción divertida de sus colegas proponiendo la creación de un espacio social europeo. Lo logrará parcialmente obteniendo en Maastricht, once años más tarde, que la Charte sociale, sea adoptada por once Estados miembros a pesar de la oposición británica.
Queda claro que para él la Unión no se reduce a su única dimensión económica y mercantil: “Europa no es una manufactura. No es únicamente un mercado.” dice frente al Parlamento europeo, en Estrasburgo, el 25 de octubre del 1989. A pesar de eso, es uno de los artesanos de la moneda única. A partir de 1988, la finalización de la Unión económica y monetaria (UEM) constituye su prioridad destacada. En su Carta a todos los franceses, manifiesto por su reelección en la Presidencia de la República en 1988, escribe de manera premonitoria: “Si los europeos lo deciden, el “escudo” constituirá con el dólar y el yen, uno de los tres polos del nuevo orden monetario.”
Fiel en eso al método de Jean Monnet, considera que si la moneda única no puede sustituirse a la unificación política, que sigue siendo la meta última, debe constituir el motor y favorecer la reactivación de una dinámica institucional que no avanza.
La exigencia democrática
François Mitterrand no tiene simpatía ni por la Europa de los mercados ni por la de los tecnócratas. Por lo tanto no es un demagogo anti Bruselas. Pero piensa que no se puede dejar a una pequeña élite, sea cual sea, la tarea de construir la Unión.
Europa necesita un bautismo democrático. Debe estar ubicada en el centro del debate público para suscitar la adhesión consciente de los ciudadanos. Durante treinta años, la construcción europea ha estado entre las manos de una vanguardia de técnicos muy competentes. Cuando es necesario dar a la unificación un giro más político, cuando lo que está en juego no se encuentra en aspectos técnicos, sino en el reparto de la soberanía en materia monetaria, diplomática o militar, sus promotores no pueden eludir la etapa y la sanción democráticas.
La voluntad de evitar que la distanciación entre las élites y la población le llevará a someter el indigesto Tratado de Maastricht a la aprobación de los franceses por la vía altamente riesgosa del referéndum y a pesar en la batalla para que el “sí” venciera.
« Europa debe ser sí misma »
La Europa política es también una Europa soberana, capaz de encargarse de manera autónoma de su diplomacia y de su seguridad. No hay verdadera soberanía europea sin este atributo esencial. “Todo cuerpo político llegado, de una manera u otra a la coherencia, adquiere los reflejos de su propia duración”, apunta en 1968. Y constata inmediatamente: “Europa no ha llegado aún a este punto.”
Si Mitterrand está tan atado a la autonomía de Europa, es que no soporta la situación de tutela en la cual las circunstancias la ubicaron después de la guerra. Europa, dejando de ser el actor de su propria historia, se había vuelto el objeto de la rivalidad entre dos Imperios. Por supuesto para él, el imperio americano y el imperio soviético no son iguales. Nunca ha rechazado la solidaridad atlántica, sobre todo en los momentos de crisis. Pero la tutela americana en el ámbito militar le pesa. Sabe que Europa no podrá asumir plenamente su destino si está bajo la protección americana para su seguridad. “No podemos concebir una Europa sólida, escribe en 1988, si no es capaz por si sola de asegurar la seguridad de los pueblos que la componen. Ya no podemos concebir tampoco una defensa común sin la autoridad de un poder político central.” No tiene ilusión sobre la posibilidad de alcanzar a corto plazo un objetivo tan ambicioso. Sin embargo, obtendrá en Maastricht, luego de una batalla dura contra los británicos, que aparezca en el Tratado de la Unión Europea, el objetivo de “una política de seguridad común pudiendo conducir al final a una defensa común”.
La geografía contra la historia
Por fin la necesidad de construir un conjunto europeo en el Oeste sólido y próspero no puede separarse de una visión global del continente. Mitterrand siempre ha considerado que el primer deber de la Comunidad era no olvidar la otra parte de Europa, la que durante cuarenta años fue arrastrada de su historia y privada de su identidad. En los años 80, él lanza el lema “superar Yalta”. Declara en 1988: “Quiero que nos acostumbremos a considerar la división actual entre las dos partes de Europa como una frontera de circunstancia. Si la Historia es múltiple, la geografía es una.” Tras el derrumbe del Muro de Berlín y las revoluciones de la libertad al Este, se preocupa por el destino de las nuevas democracias, liberadas de la tutela soviética pero abandonadas a ellas mismas y enfrentando problemas inextricables. El 31 de diciembre de 1989, lanza la idea de una Confederación europea que permitiría restablecer la continuidad del espacio europeo en el seno de una institución de diálogo y de cooperación agrupando, alrededor del núcleo comunitario, todas las naciones democráticas del continente. Ve en eso la mejor manera para Europa de premunirse contra el resurgimiento que siente subir, en los Balcanes en particular, de un nacionalismo agresivo sobre los escombros del imperio soviético. Por no haber seguido este proyecto, la Unión se confronta, sin estar preparada, al doloroso problema del estallamiento no controlado de la Yugoslavia.
Europa en acción
No se trata aquí de narrar en detalle el conjunto de la acción de François Mitterrand durante los catorce años durante los cuales ejerció el poder supremo. Quisiera ilustrar los dos momentos claves de su acción, cuando el destino de la construcción europea ha cambiado por lo bueno: el periodo 1984-85 de la relanza tras un largo tiempo de estagnación y el periodo 1989-91 donde el hundimiento del bloque soviético y la reunificación alemana hacen vacilar el proyecto europeo.
1984-85: el desbloqueo y la reactivación de la Comunidad
Cuando Mitterrand llega al poder en 1981, la Comunidad europea está estancada. La hora está al europesimismo. Desde 1979, fecha de la creación del sistema monetario europeo y de la primera elección del Parlamento europeo al sufragio universal, ningún progreso ha sido constatado. Europa no avanza. Ninguna perspectiva política aparece. El plan Genscher-Colombo queda letra muerta. Los problemas de naturaleza técnica se acumulan : excedentes lácteos, montos compensatorios monetarios, limitación de la PAC, financiamiento de los programas mediterráneos, etc. Los sucesivos Consejos europeos son incapaces de resolverlos. La principal responsabilidad incumbe al gobierno conservador británico. La Señora Thatcher retiene como rehén Europa. Bloquea todas las decisiones esenciales esperando que los otros países obedezcan a su orden : « Give me my money back ». La ampliación de diez a doce está también estancada. Francia, a través de la voz de su anterior presidente, el Señor Giscard d’Estaing, rechazó el calendario previsto por la integración de España. Los Diez dan el triste espectáculo de querellas de bajo nivel. Los intereses nacionales, a veces los más mezquinos, toman la ventaja sobre la voluntad común. Frente a este bloqueo, François Mitterrand reacciona en dos tiempos: primero el arreglo de los contenciosos y segundo la reactivación. Previamente toma dos decisiones que van a reforzar su credibilidad europea : el 19 de enero de 1983, con su famoso discurso en el Bundestag, apoya la posición de Helmut Kohl, favorable al despliegue de misiles de la OTAN y así sienta las bases de una alianza durable con el Canciller alemán. La relación personal de confianza y de amistad que se estableció entonces será uno de los elementos claves de la dinámica europea en el periodo 1984-1995. Luego, el 21 de marzo de 1983, decide mantener el franco en el sistema monetario europeo contra la opinión de todos los que, luego de dos devaluaciones infructuosas, lo exhortaban a liberarse de las restricciones del sistema para recobrar una margen de maniobra económica. Con este acto fundador, arraiga definitivamente el compromiso europeo dentro de la política del gobierno socialista.
Estas dos decisiones confieren a François Mitterrand su estatura como líder europeo. Va a poder desempeñar un papel motor en el desenlace de los litigios durante la presidencia francesa de la Comunidad, en el primer semestre de 1984. Se implica con mucha fuerza y personalmente. Visita todas las capitales europeas. En el Consejo de Fontainebleau, en junio de 1984, el acuerdo franco-alemán muestra su eficacia : la Señora Thatcher, aislada, atenazada, se ve obligada a aceptar un compromiso sobre la contribución británica. Dieciséis asuntos espinosos más, estancando desde hace varios años, están resueltos enseguida: acuerdo sobre el presupuesta, sobre la política agrícola común, sobre la ampliación, etc.
La liquidación de los contenciosos permite relanzar la unificación europea. El terreno está libre para fijar un gran proyecto movilizador : será la finalización, antes del 31 de diciembre de 1992, del mercado único que debe asegurar la libre circulación de las personas, de las mercancías, de los servicios y de los capitales al interior de las fronteras de los Doce. El 1ro de enero de 1986, España y Portugal adhieren a las Comunidades europeas. En menos de dos años, Europa ha sido puesta de nuevo en marcha y François Mitterrand apareció como el facilitador de este nuevo arranque.
La salida de la Guerra Fría
El segundo nudo grande de decisiones es el periodo entre el fin de 1989 y 1992, de la caída del Muro de Berlín hasta la ratificación de Maastricht.
El 9 de noviembre del 1989, el Muro de Berlín, símbolo de la separación de Europa en dos bloques, está derrumbado. El 31 de diciembre del 1991, la URSS termina de desintegrarse. Entre estas dos fechas, Europa atraviesa una fase de profunda incertidumbre. Incertidumbre sobre las intenciones de Alemania: ¿Será que con la reunificación va a abandonar la vía europea para jugar una carta nacional y reorientar sus intereses hacia la Mitteleuropa? Incertidumbre sobre la respuesta a aportar a los países de Europa del Este que, su libertad reconquistada, tocan la puerta de la Comunidad y esperan un apoyo.
La pregunta que se presenta a François Mitterrand es la siguiente: ¿Cómo hacer para que el acontecimiento sumamente positivo que constituyen el derrumbe del Imperio soviético y la unificación alemana no desemboquen en la consecuencia paradójica de un debilitamiento de la integración europea? Durante cuarenta años, en efecto, la amenaza soviética ha constituido sin duda para las naciones de la Europa democrática una incitación a sobrepasar sus discrepancias y a unirse. Una vez esta amenaza desaparecida o fuertemente atenuada ¿Quederá el affectio societatis? Teme más que todo el regreso a una Europa inestable, con fronteras contestadas. Durante todo este periodo, Mitterrand está animado por una convicción fundamental: saber que, para fijar la Alemania reunificada en la Comunidad europea, es menester reforzar la cohesión y la integración políticas. El futuro de Europa está, más que nunca, vinculado al de Alemania. Frente a la aceleración de los cambios al Este, no hay otra alternativa que empujar los fuegos de la unificación, en pleno acuerdo con Alemania y jugando sobre los dos ámbitos, político y económico. Es la elección estratégica que hace Mitterrand durante el invierno 1989-1990.
Toca convencer el canciller Kohl. Para el presidente francés, la unificación alemana debe hacerse en el respeto de los intereses y de las preocupaciones de todos los europeos. Esto dará lugar a unos intercambios a veces tensos, en particular con el tema del reconocimiento de la frontera con Polonia. Finalmente, Mitterrand y Kohl encuentran un acuerdo sobre una idea fuerte: vincular siempre la unificación alemana y la unificación europea.
Un primer paso se dio, en el Consejo europeo de Estrasburgo de diciembre de 1989, con la fijación de una fecha para la apertura de la conferencia intergubernamental sobre la Unión económica y monetaria. Hubo que persuadir al Canciller, reticente a comprometerse con en el banco central y la moneda única. En abril del 1990, se tomó la decisión, bajo propuesta conjunta de Kohl y Mitterrand, de convocar una segunda conferencia para poner en marcha la Europa política. Estos trabajos desembocan en el Consejo de Maastricht en diciembre de 1991 sobre la adopción del Tratado de la Unión europea que finaliza la unión económica y monetaria y anuncia las bases de la unión política. Sobre el primer punto, la irreversibilidad del proceso está asegurada por la fijación de una fecha para pasar a la tercera etapa, la de la moneda única. En cuanto al reforzamiento de la integración política, se inicia con una serie de decisiones sobre, en particular, la creación de la política extranjera y de seguridad comuna (PESC), sobre la ciudadanía europea, sobre la extensión del voto a la mayoría calificada y sobre la ampliación de los poderes del Parlamento europeo. El Tratado de Maastricht representa, a pesar de sus límites o imperfecciones, la culminación de un esfuerzo colectivo para sobrepasar las contradicciones e incertidumbres provocadas por una coyuntura histórica particularmente delicada y para que el proyecto europeo dé un salto cualitativo decisivo.
Conclusión
Cuando el presidente francés dejó el cargo, en mayo de 1995, Helmut Kohl publicó el mismo día un artículo en « Le Monde » titulado: “El gran europeo que se va.” Con el transcurso de los años, medimos que el homenaje no ha perdido su pertinencia. Para Europa, François Mitterrand actuó como un barquero. La ayudó a superar una fase de transición durante la cual se puso a prueba su unificación aún frágil.
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